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Mal ganador.

1

Arturo salió del camerino.

Sus articulaciones rechinaban.

Sus brazos pesaban.

El ruido en las gradas escondían el sonido

de su cuerpo oxidado y gastado.


El ruido anestesiaba a Arturo.

Los abucheos y maldiciones,

ganadas por su orgullo altanero,

aceitaban sus flaquezas.

Alimentaban las llamas de su ego.


Sus llamas quemaron a miles,

a los pesimistas,

a los mediocres,

a los fatalistas

y a los débiles.


Arturo no mostró piedad ante nadie,

tampoco respeto o lástima.

Era el mejor; no lo negaba.

No era sorpresa que todos lo odiaran.


2

Entró el joven contrincante.

Un novato con poca experiencia,

oriundo de un pueblo famoso por ser pobre.

Un hombre común y corriente,

como tú y como yo.


El público ovacionó su entrada.

Su corazón se llenó de euforia,

como el de un drogadicto primerizo.

Levantó sus brazos emocionado.

Desde ahora, esta era su vida.


3

Arturo se quitó el cinturón.

El novato lo miró sediento,

casi tanto como el publico.

El novato gana, un hombre gana,

un hombre como tú y yo.


Chocaron los guantes.

La pelea empezó.

Los puños parecían cohetes.

La gasolina del novato era su nueva adicción.

La de Arturo era dejar al público con las ganas.


Decir quién iba ganando era difícil.

Ambos jadeaban cansados.

Ninguno cayó a la lona

hasta el quinto asalto.

Un final insospechado.


4

Sonó la campana y, con las caras colgando,

se acercaron nuevamente.

Contorsionando sus cuerpos, intercambiaban golpes.

Al límite de sus condiciones anatómicas.

Sabiendo que quien parase, se rendía.


Un gancho del novato

alcanzó la barbilla de Arturo.

Sus viejas rodillas cedieron y él cayó.

Su cuerpo hacia la primera y única advertencia.

Arturo no la escuchó.


Antes de que el réferi empezara la cuenta,

Arturo ya estaba de pie,

con su guante derecho metido en la cara del novato

y el izquierdo llegando a su destino

el plexo solar.


El cuerpo de Arturo ardía.

Sus líquidos se evaporaban a través de sus poros,

no sentía fricción en sus articulaciones,

sus pies planeaban con gracia sobre la lona.

Arturo era una luz cegadora.


El novato cayó, sin vergüenza.

Su derrota no pudo haber sido más bella.

El público se quedó callado,

su mente no quiso comprender la belleza,

se rehusaban a entender que había pasado.


5

Arturo se arrodilló,

perdiendo su brillo exponencialmente.

Levantó sus brazos tiritando.

Sonrió con sus dientes ensangrentados

al público atónito.


Dejó caer sus brazos,

su cabeza fue hacia adelante,

arrodillado y sonriendo,

con los ojos cerrados y expresión serena.


De su fuego quedaron cenizas

y esas cenizas fueron llevadas por le viento,

con suerte, hacia quienes sepan sacarles provecho.

 

Un aviso. No me confundan a mí, el autor, con el hablante lirico de estos poemas. Yo soy el hombre MÁS humilde del mundo.

-Leonardo Guerrero

 

Injurias de un Arrogante.

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